Allá por 1992 compré un escúter Gilera G-50 de 4T en
bastante mal estado, aunque completo, con la intención de restaurarlo.
Lo estuve viendo durante varios años, parado y en aparente
abandono, junto a un bloque de viviendas situado a escasos 12 metros de
distancia de la orilla del mar, pero asombrosamente no estaba apenas oxidado.
Era de un color verde metalizado y al principio, sin haberme parado a
observarlo bien, pensaba que se trataba de una Montesa Micro Scooter que no era
sino una Laverda de 4 tiempos montada o importada (no estoy seguro) por Montesa.
Cuando fui a hablar con su propietario para comprarlo, me
sacó del error y me aseguraba que era ¡una Torrot! Tenía una placa del Ayuntamiento de Cádiz
(pues aquí era obligatorio registrar los ciclomotores) y efectivamente, en la
documentación figuraba que era una Torrot.
Esta firma de Vitoria, que antes fabricaba bajo licencia
modelos de la marca francesa Terrot, se vio obligada a cesar en su actividad
cuando Peugeot compró la marca Terrot a finales de los ’50 para cerrarla en
1960, dejándola sin licencia de fabricación, pues Peugeot también fabricaba
ciclomotores en España. Entonces, D. Luis Iriondo, propietario de la fábrica alavesa, decidió cambiar la denominación a Torrot y seguir fabricando
ciclomotores con la nueva marca.
Los nuevos modelos tuvieron gran éxito por su sencillez y
resistencia y eso le animó a explorar el mercado del escúter que se estaba
poniendo tan de moda en la España de principio de los años sesenta del siglo
pasado, con la llegada de las Iso, Vespa y Lambretta.
De esta forma, llegó a un acuerdo con la marca italiana Gilera para la importación y quizás la fabricación de su ciclomotor G 50, un precioso escúter con un curioso motor de 50 c.c. y cuatro tiempos. Era muy parecido a la Vespa 50 que conocimos en España, pero con la particularidad de su motor de cuatro tiempos situado en el lado izquierdo. Piaggio, que era la propietaria de Vespa, aún no había absorbido a Gilera, por lo que en ese momento la G 50 era la competencia directa de la Vespa 50 en Italia.
Pero en julio de 1965 en España cambió la reglamentación que regulaba
las características de los ciclomotores y les obligaría a reunir
las siguientes características:
1ª. Motor de cilindrada no superior a 50 c.c.
2ª. Que por construcción no puedan desarrollar en terreno
llano una velocidad superior a 40 kilómetros por hora.
3ª. Poseer pedales practicables.
4ª. Una transmisión que, a través de los pedales e
independientemente de la del motor, permita al conductor del vehículo
accionarlo a una velocidad suficiente para su normal empleo.
5ª. Que su peso máximo, incluidos todos los dispositivos y
el depósito de gasolina lleno, no exceda de 55 kilogramos.
Además, tampoco
podían llevar pasajero, aunque esta versión tenía asiento para ello.
El Gilera 50 G no cumplía ni la 3ª ni la 4ª y se veía
obligado a ser matriculado como motocicleta y por lo tanto se exigía el Permiso
de Conducir de Tercera categoría (restringido) como se conocía entonces al
actual Permiso A-1.
Nuestro magnífico ejemplar se inscribiría como Torrot en el
Ayuntamiento de Cádiz antes de entrar en vigor esta norma, concediéndosele la
placa municipal número 0434 que así lo atestiguaba.
Y ya que estamos con la normativa, el ejemplar que tratamos,
se ha podido matricular tras su restauración, como ciclomotor histórico gracias al nuevo Reglamento
de Vehículos Históricos y además de estar restaurado y en perfecto orden de
marcha, también está a la orden del día en cuestión de documentación.
Ese mérito es exclusivo del aficionado (pero con calidad
profesional) Antonio Rojas que, con un magnífico trabajo, casi de
relojero, ha conseguido hacerlo andar y además legalizarlo como ciclomotor
histórico.
Volviendo al momento en que lo adquirí, lo llevé a un amigo mecánico de Chiclana que le hizo un magnífico trabajo de chapa y pintura, cambiando el color a una bonita combinación de “café con leche” y “macchiatto” muy italiana y también llegó a ponerlo en marcha. Pero le faltaba el tubo de escape, que estaba muy picado y también el cerquillo cromado del faro.
Después de esto lo dejé parado un montón de años hasta que
en una conversación con mi amigo Antonio surgió la posibilidad de terminar de
restaurarlo. Llegamos al acuerdo y al final se lo regalé. En un principio no
mostró mucho entusiasmo por el modelo, pero tras contarle yo la historia y
empezar él mismo a investigar, se da cuenta de que es un modelo raro de ver en España
y además, al ser de cuatro tiempos presenta un mayor desafío. Total, que empieza a cogerle cariño y a trabajar con verdadero entusiasmo en la restauración de la mecánica y en repasar detalles de la
carrocería, que se encontraba en bastante buen estado. Dado que han pasado más
de treinta años desde su primera restauración y que ahora no se ha tocado la
pintura, tiene un aspecto de “conservado” y no restaurado, pues posee esa
ligera pátina que conceden los años.
Aquí van algunas fotografías de los trabajos realizados en
la mecánica y el aspecto definitivo del flamante Gilera G 50.
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