Escribiendo ésto, pretendo
plasmar en un papel (y también en este blog) mis vivencias en moto, sobre todo con el fin de que no se
me vayan olvidando, pero también, por si hay alguien que le interese, pueda conocerlas.
En conversaciones con amigos y familiares he ido contando muchas de esas
batallitas y me daba cuenta de que seguían los relatos con interés y que según
las relataba me iba acordando de más; debe pasar como con los chistes que se
cuentan en grupo.
Como veréis si aguantáis hasta el final, estas memorias no son las andanzas de ningún aventurero empedernido ni los logros de un empedernido piloto de motos, pero las he querido contar antes de que se apodere de mi cerebro esa enfermedad de cuyo nombre no quiero acordarme y que tiene una "H" intercalada y que mis hijas, hijo y nietas comprendan por qué me sigue apasionando el mundo de la moto y del motor en general.
Esto es sólo una parte de mi
vida; no creáis que soy un frívolo por hablar solo de cosas más o menos banales
de mi existencia. Por supuesto que otras facetas de la misma como mi vida
sentimental, familiar o laboral, han sido y son mucho más importantes para mí. Pero
hablar de este aspecto de mi vida, más banal si queréis, como es la afición o
más bien pasión por la moto, me resulta más fácil y puede que también sea más
atractivo para el que lo lea. Así que me puse a escribir…
LOS COCHES CREO QUE ME GUSTABAN
ANTES
Desde que tengo uso de razón, la
moto ha estado presente en mi vida, pero han sido los coches los que han
centrado mi afición desde pequeño. En mi familia siempre ha habido coches, como
para no haberlos… siendo mi padre el fundador de la primera autoescuela que
hubo en Cádiz. Y la fundó cuando yo apenas tenía tres años, así que en mis
primeros recuerdos siempre ha habido un automóvil.
Mi padre (izquierda) con el primer coche de la Academia San Cristóbal |
Ahí estoy en un Rally de coches antiguos que organizó mi padre |
Por supuesto que me gustaban las motos. Cuando veía pasar una de las escasas motos que había en Cádiz cuando era un niño, se me iba la vista detrás. También al verlas estacionadas me quedaba contemplándolas. En mi niñez, viví una de las épocas doradas de la moto en España. Había muchísimas marcas de motos y algunas muy importantes, Montesa, OSSA, MYMSA, ROA, Peugeot, Sanglas, Vespa, Lambretta, Lube, Sanglas, Ducati, etc. Incluso Viví, sin ser consciente de ello, el nacimiento de Bultaco. Me gustaban mucho las Ducati y ese detalle de poner la cilindrada en la parte alta del motor... lo veía de categoría y por no hablar de su sonido. Por si fuera poco, mi padre estaba muy relacionado con el Moto Club Gaditano y también con el Vespa Club e incluso fue representante en Cádiz de la marca MYMSA y de las motos Peugeot, por lo que con cierta frecuencia había motos en casa. Incluso nos llevaba a toda la familia a ver las carreras que se organizaban en Cádiz, Algeciras o Jerez.
Recuerdo algunas de ellas como una “gynkana” en la plaza de toros de Cádiz o una carrera de motos en Algeciras que vimos debajo de la tribuna de tubos y por supuesto en Jerez. Desde muy niño y por los comentarios que escuchaba, ya distinguía en las carreras, por su sonido, las motos de cuatro tiempos de las de dos tiempos. Estas últimas eran más ligeras y rápidas, pero las otras eran más poderosas y pesadas, más o menos como aquello del mastín y el galgo. ¿Cómo era? ¡Ah sí! “Más corre el galgo que el mastín… pero si el camino es largo, más corre el mastín que el galgo”.
MIS PRIMEROS VOLANTAZOS
Sin embargo, aprendí o, mejor
dicho, mi padre me enseñó antes a conducir un coche que una moto (bueno,
también creo que es lógico para un niño, máxime cuando en aquella época no
había motos infantiles) y eso me llevó a entusiasmarme antes por el volante que
por el manillar. Tenía ocho años (en 1960) cuando conduje por primera vez y me refiero a
manejar no sólo el volante sino a utilizar los pedales y la palanca de cambios.
Fue con el Renault Dauphine matrícula CA-20802 que tenía mi padre para la
autoescuela y lo llevé desde el cruce de El Berrueco en la carretera de
Chiclana a Medina hasta la Venta El Pájaro en el mismo centro de Chiclana, pues
antes las carreteras pasaban por el centro de los pueblos. Recuerdo que
adelantamos a una Lambretta en la que iba una pareja. Imagino la cara de ambos al
ver el coche conducido por un niño que miraba por debajo del volante y que
tenía la osadía de adelantarlos. Bueno, osadía la de mi padre…
Se puede decir que yo aprendí a conducir mirando. Me gustaba mucho ver manejar y afortunadamente tuve un buen modelo donde fijarme pues mi padre conducía de maravilla y con una gran suavidad y además le gustaba correr, cosa que me encantaba.
Desde muy pequeño, hablo de los años '50 del siglo pasado, en los viajes familiares de Cádiz a Medina del Campo, me ponía de pie tras los asientos delanteros, en el centro mirando la carretera y los movimientos de mi padre con las manos y pies o, ya sentado, me gustaba ir mirando los mapas de carreteras y viendo por dónde íbamos.
De viaje en el 600 |
Luego con apenas nueve o diez años me dejaba conducir, incluso el Seat 1400 C matrícula CA-24801 que me parecía enorme y se empeñaba en que también lo hiciese con suavidad y sin tirones y creo que lo consiguió. Bueno, debo decir que mi padre fue un gran modelo para mí, no sólo conduciendo.
LA BICI, UN PASO PREVIO A LAS
MOTOS
Un poco antes de aquella experiencia al volante, mis padres me regalaron una bicicleta y con ella aprendí a usar un manillar y a aguantar el equilibrio, aunque no se podía decir que fuese un virtuoso de las dos ruedas ni mucho menos; mi hermano Jose, al que trataba de imitar durante mi niñez, como decía mi admirado Serrat, tenía más facultades innatas para ello. Eso sí, voluntad le ponía y estuve los primeros días intentando montar por el pasillo de casa, con gran disgusto de mi madre al ver unas cuantas macetas seriamente dañadas.
Años después (sobre 1967) y varias bicicletas
más tarde, tuve la fortuna de poseer una “de carreras” con la que ya me gustaba
hacer excursiones con los amigos, sobre todo con Antonio, por carreteras
cercanas a Cádiz. Incluso en algunas de esas excursiones nos quedábamos a
dormir con la tienda de campaña en sitios como la playa de La Barrosa o Cabo
Roche. Esa afición por las excursiones la mantuve más tarde con las motos, pero
no adelantemos acontecimientos.
En una carrera de bicis en el colegio |
PRIMERA EXPERIENCIA EN MOTO
Creo que la primera experiencia
con una moto (bueno, un “velomotor” como se llamaban entonces) fue con unos 12
años en un patio ajardinado no demasiado adecuado para un principiante. Allí
estaban mi hermano Jose y su amigo Ramón, el poseedor del entonces maravilloso (y
altísimo para mí) velomotor GAC- Mobylette y también su hermano Luis.
Una Mobylette como la de mi primera experiencia |
Ramón y Luis eran hijos de Teo y Pilar, también muy vinculados al mundo de la moto y que, al igual que mis padres, tenían cuatro hijos y ambas familias hacíamos juntos excursiones e incluso viajes largos con cierta asiduidad y a muchas de las carreras de las que cité antes, asistíamos todos.
Las dos familias y los coches respectivos, en Despeñaperros |
El caso es que aquella primera experiencia no me dejó buen sabor de boca, pues me tragué una de las jardineras que había en el patio y, lo que es peor, los hierros que la delimitaban, al no poner muy de acuerdo el puño de acelerador y los frenos. Así que decidí dejar aparcado mi intento de pilotar una moto para una mejor ocasión con gran contrariedad de mi hermano. Creo que ya no fue hasta los catorce años, con otra Mobylette, de un repartidor de un “refino” cercano a casa, cuando volví a montar en una moto. Unos amigos y yo se la pedíamos prestada con la condición de devolvérsela con el depósito lleno, aunque en alguna ocasión gastábamos más gasolina de la que echábamos, con el consiguiente cabreo del propietario.
Un poco más tarde, iba con
Antonio u otro amigo al garaje donde estaban guardadas las motos de la
autoescuela de mi padre y cogíamos una Moto Guzzi Lario 110 o una Vespa 125 y
dábamos vueltas por Cádiz (supongo que esos “delitos” habrán prescrito ya…).
MI PRIMER CARNÉ DE CONDUCIR
Esos kilómetros que hice con las
motos de la autoescuela me sirvieron para obtener fácilmente a los dieciséis
años mi primer carné de conducir, el Permiso A-1, con el que podía conducir
motocicletas hasta 75 c.c. (En la actualidad el A-1 permite hasta 125 c.c.).
Había que hacer un examen teórico
que era el mismo que se hacía a los dieciocho años para el carné de coche y de
motos “grandes”, por lo que ya no tendría que hacer ese teórico nunca más.
También había que hacer el examen práctico entre los palos en una pista lo que,
aparte de los nervios propios de la edad y de la situación, no me supuso mucha
dificultad. Eso fue en el mes de julio de 1968, recién cumplidos los 16 años. En los
meses posteriores seguía “practicando” con las motos de la autoescuela hasta
que finalmente me regalaron mi primera moto.
Pista de prácticas donde me examiné del carnet A-1 |
POR FIN MI PRIMERA MOTO, LA VESPA
75 C.C.
Desde que saqué el carnet y ya con el título de Bachiller Superior en el bolsillo, estuve "dando la vara" a mi padre para que me regalara una moto. No quería un ciclomotor (recuerdo que acababa de salir al mercado el Vespino), lo que yo quería era una moto sin pedales y en la que pudiera llevar un pasajero o mejor una pasajera. Ese curso estaba en Preu y había algunos compañeros que tenían ciclomotores como Torrot, Mobylette, Derbi y un par de ellos tenían sendas Vespa 50. A mí me gustaban la Derbi 75 Gran Sport c.c. y también la Bultaco Lobito de la primera serie (la amarilla aún no había salido) pero mi padre no estaba por la labor y pensaba regalarme una Vespa 75 c.c. que tampoco estaba mal, pero era difícil de encontrar por aquel entonces. No era como ahora, que da gusto ver esas tiendas de motos llena de modelos para todos los gustos y para practicar todas las facetas del motociclismo.
Entonces, hablando de motos que se podían conducir
con 16 años, en Cádiz estaban el concesionario Vespa y también Motos Castro
donde se vendían los ciclomotores Torrot. También estaba Moto Sport que era el
antiguo concesionario de Lube y que tenía alguna moto de esa marca ya
desaparecida entonces, pero descatalogados y antiguos. También algunos talleres
te podían traer alguna moto a través de algún concesionario de Jerez, pero yo
no lo sabía. Con mi impaciencia por tenerla ya, le dije a mi padre que me
conformaba con una Vespa 50 que había en el concesionario, pero él me convenció
para que siguiera esperando a que llegara la de 75 porque merecía la pena.
Finalmente, después de tres meses de espera, en la Navidad de 1968 llegó una flamante
Vespa 75 al concesionario de Cádiz que sería para mí. Y la verdad, mereció la
pena.
Posando feliz con la Vespa 75 |
Los primeros días no paraba de montar en moto, como en Preu sólo teníamos clase por las mañanas, me pasaba las tardes dando vueltas. Recuerdo que con los cinco litros que cabían en el depósito, hacía 150 kilómetros y tenía que repostar un día sí y otro no. Menos mal que, gracias a la generosidad de mi padre, iba a la gasolinera y firmaba un vale que después se lo cobraban a él. Así, sobre todo al principio, hacía unos 2.000 kms mensuales a pesar de que era invierno y tenía clases. (Así me fue al final de curso...). Incluso a finales de enero (creo que hubo un puente por Santo Tomás de Aquino) organicé una excursión con tres amigos del colegio, que tenían Torrot, a dormir en Alcalá de los Gazules con una tienda de campaña. No paró de llovernos y hasta se nos inundó la tienda, pero ello no fue impedimento para nuestra aventura, tan sólo una incomodidad. Incluso nos dimos muchas vueltas por carreteras y caminos de alrededor de Alcalá, con parada por parte de una pareja de la Guardia Civil a Caballo, incluída. Estaba claro que no quería la moto sólo para pasear con mi novia por Cádiz… mis “metas” viajeras eran más altas.
Así que, cada vez que podía,
bueno en los fines de semana, me iba de excursión por la provincia y en verano
iba de camping con Antonio y otros amigos (que iban en tren) a distintas
playas de la provincia. En una ocasión, al pasar por el centro de Chiclana para ir a la playa
de La Barrosa, iba sin camisa porque hacía mucho calor (creo que entonces le tenía puesto a la
Vespa un parabrisas) y el policía municipal que regulaba el tráfico en el
cruce de “El Pájaro” me paró y me dijo: “¿tú qué te crees, que estamos en Nueva
York?” y ante mi extrañeza añadió: “ponte la camisa si no quieres que te
multe”. ¡Cómo cambian las cosas!...
También fuimos Antonio y yo a ver
una carrera a Jerez por primera vez de forma “autónoma” o sea por nuestra
cuenta. Y no fue una carrera cualquiera, sino el Premio de la Merced al que
acudía Ángel Nieto por primera vez como Campeón del Mundo de 50 c.c. con Derbi.
A partir de ahí tampoco falté a las carreras de Jerez.
En mayo de 1970 se celebró en
Cádiz el Rally Carranza (de coches) y como conocía el rutómetro, me fui con
Antonio a recorrerlo. También venía su primo Luis, al que conocía desde pequeño
en el colegio, con su Vespa 50 (no recuerdo quién llevaba de “paquete”). El Rally
constaba de más de 200 kilómetros con una parte del recorrido por carriles de tierra, con lo que
era una buena paliza para nosotros y nuestras sufridas Vespitas. Lo cuento
porque después de aquello Luis se fue de Cádiz durante bastantes años y
perdimos el contacto. Sin embargo, hace unos cuatro años que volvimos a
reunirnos y con nuestras motos actuales salimos prácticamente todas las semanas
con los Moteros Jubiletas e incluso hemos hecho viajes largos (de varios días).
Pero no adelantemos acontecimientos.
VESPA, UNA MOTO PARA TODO
Con la Vespa rodé unos 50.000
kilómetros en los poco más de tres años que la tuve, haciendo como digo buenas
excursiones, pero también la utilizaba para hacer “motocross” y lo que
hiciera falta. Recuerdo los recorridos que hacía por “Las Canteras” de Puerto
Real en los que mis amigos se turnaban de “paquete” para ver quién aguantaba
más tiempo sin acojonarse, dando saltos y derrapadas. Ahora lo recuerdo y me
parece imposible y también una locura.
No se me puede olvidar un viaje
que hice a Sevilla para estar con Rita, mi novia, que pasaba las Navidades y el
Fin de Año 1969 en la casa que tenían sus padres en la capital hispalense. Con
gran convencimiento por mi parte (no exento de algo de chulería propia de la
edad y del enamoramiento), le prometí que el día 2 de enero iría a verla.
Cuando levanté la persiana por la mañana no me lo podía creer… llovía a
cántaros. Ello no fue "óbice ni cortapisa o valladar" (como decía un profesor que tuve) para
que no cejara en el empeño de ir a Sevilla ¡no le podía fallar!. Incluso mi
madre, viendo mi determinación para salir con la moto, no puso gran impedimento
y en un momento que escampó el chaparrón salí hacia Sevilla. Como era de
esperar no dejó de llover en todo el trayecto y recuerdo dos detalles: una
parada en una venta cerca de El Cuervo para tomarme una copa de ponche (tenía
17 años) y que al llegar a Sevilla paré en el primer semáforo de La Palmera y
me puse a escurrir los guantes ante el asombro del conductor del coche que
estaba a mi lado. La indumentaria que llevaba era poco motorista y sobre todo
inadecuada para un día como aquel: un anorak, guantes eso sí, zapatos y unos
pantalones de pana negros recién estrenados que por supuesto estaban empapados.
Por supuesto de casco, nada.
Había quedado con Rita en la
Plaza de San Francisco y allí estaba ella puntualmente cuando llegué. Nos
fuimos enseguida a un bar y entré rápidamente al servicio para secarme algo y entonces
vi que tenía las piernas y los calzoncillos totalmente negros… porque la pana
había desteñido, menos mal que no se notaba. Gracias a la calefacción del local
y al buen rato que pasamos allí pude secarme y afortunadamente cuando Rita tuvo
que regresar a su casa no llovía y la llevé en la moto. Cuando llegamos, estaba
su cuñado en la puerta y me dijo que subiera. Debo aclarar que nunca había
subido a casa de mi novia y tampoco había hablado con sus padres, por lo tanto,
aquella iba a ser mi presentación en familia… y con aquella pinta. Subí y allí
estaban no sólo los padres de Rita sino también sus abuelos además de la
hermana de Rita y el cuñado. Aparte de llamarme loco por haber viajado en la
moto un día así, creo que les caí bien e incluso mi futuro suegro me dio el
plástico con el que venía envuelta el frigorífico que acababan de estrenar para que
me sirviera de impermeable en el viaje de vuelta. Así que le hice un agujero
por la parte de arriba para sacar la cabeza y me lo puse (pero en la calle). Y
la verdad es que me sirvió y lo traje puesto hasta Cádiz.
Más adelante, cuando estuve
estudiando en Sevilla, también utilizaba la Vespita para ir los fines de semana
a Cádiz pero el viaje resultaba un poco penoso, sobre todo cuando volvía de
noche, por lo que lo alternaba a veces con el autobús.
Pero el mayor viaje que hice,
también con Antonio, fue a Madrid, bueno al circuito de El Jarama en la
carretera de Burgos, a ver una carrera de coches. Esta “batallita” la he relatado en este mismo blog. Pinchando aquí la podéis leer: De Cádiz al Jarama en Vespa 75
Un descanso en Despeñaperros en el viaje al Jarama |
Cuando cumplí los dieciocho saqué
el carné de coche y por supuesto el “A”
que me permitía conducir cualquier tipo de motocicleta por lo que ya la Vespa
me resultaba pequeña. No tuve que darle mucha lata a mi padre para que me
comprara una moto más grande y después de tres años de feliz propietario de la
Vespa llegó esa nueva moto.
Continuará...